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lunes, 23 de diciembre de 2013

EL BARRO Y EL ALFARERO

Compartido por:  G De J Gal Val

Las diferentes etapas a las que Dios somete a todo creyente para transformarlo a la semejanza de su Hijo, son siete relaciones básicas que la Biblia enseña; las vemos en la vida de los hombres de Dios, tales como: Abraham, José, Moisés, David, Daniel, Elías, Pedro, Pablo, etc. Es por eso que la Biblia nos exhorta a considerar que:

“Las cosas que antes fueron escritas, para nosotros fueron escritas, para que por la paciencia y la consolación de las Escrituras tengamos esperanza" (Ro. 15:4). 

Una de las maneras de introducirnos en el estudio de las siete relaciones básicas, es considerar el proceso al que un alfarero somete al barro para fabricar una vasija, que la Biblia compara con los tratos que Dios tiene con su pueblo...

El hombre fue formado de barro (Gn. 2:7), Dios culminó su creación cuando le dio forma, fue su obra cumbre, desde ese principio se perfila Dios como alfarero y el hombre como la obra de sus manos. 

En la Historia Universal se registran los cambios que ha tenido el estilo de
vida del ser humano; cuando pudo hacer uso del fuego, cuando fabricó armas y herramientas con cobre y después con hierro, cuando aplicó la rueda a su servicio; cuando su vida nómada se hizo sedentaria al aprender
los secretos de la agricultura y de la alfarería, que le permitieron cultivar granos y fabricar vasijas para almacenarlos, así como cocinar sus a
alimentos.

Con el tiempo el alfarero se convirtió en un artesano, sus vasijas eran decoradas con especial simbolismo. El grado de avance de las diferentes culturas que poblaron el mundo antiguo, se ha conocido, entre otros
aspectos, por las piezas de arcilla y cerámica que se han encontrado en las excavaciones arqueológicas.

La Biblia dice que el hombre es como un vaso de barro, el creyente en especial, es un vaso de misericordia diseñado para contener la gloria de Dios (Ro. 9:20-24), formado y decorado con exquisita belleza por los dones del Espíritu Santo, para que todos glorifiquen a Dios por ello.

Dios ilustra su propósito en la Escritura Sagrada: Su pueblo es el barro y Él es el divino Alfarero. Cuatro hombres en especial aprendieron cómo se da esta relación entre Dios y su pueblo, para transformarlo de polvo en vasos de misericordia; para ello los llevó a casa de un alfarero, ellos son: Job, Isaías, Jeremías y Pablo.

Cuando Job pasó por los primeros momentos de aflicción, tribulación que fue sumamente larga y difícil, adoró a Dios y no le atribuyó despropósito alguno (Job 1:21-22), sin embargo, cuando la sarna maligna lo
consumía y para tener algo de consuelo se tallaba con un pedazo de vasija de barro hasta sangrarse, la amargura hizo presa de su alma y le reclamó a Dios:

"No me condenes; hazme entender por qué pleiteas conmigo, ¿parécete bien que oprimas, que deseches la obra de tus manos?" (Job 10:2-3).

Job entendía que el creyente es obra de las manos de Dios, así que continuó su reclamo:

"Tus manos me formaron todo en contorno: ¿Y así me deshaces? Acuérdate ahora que como a lodo me diste forma: ¿y en polvo me has de tornar?" (Job 10:8-9).

Presentó sus argumentos delante de Dios como hablaría una vasija con su alfarero. Job prosiguió: 
"Vida y misericordia me diste y tu visitación guardó mi espíritu. Y estas cosas tienes guardadas en tu corazón; yo sé que esto está cerca de ti".

En su misma queja llegó a la conclusión que Dios no pensaba destruirlo, sino transformar su alma, en su corazón guardaba un modelo de cómo quería que él fuera, hecho a la semejanza de su Redentor, así que con más paz pudo decir:

"Aficionado a la obra de tus manos, llamarás y yo te responderé" (Job 14:15).

Y con convicción añadió: 

"Empero si Él se determina una cosa ¿quién lo apartará? Su alma deseó e hizo. El pues acabará lo que ha determinado de mí: Y muchas cosas como éstas hay en Él" (Job 23:13-14).

Job consideró todo aquel tiempo de aflicción como un proceso en el que Dios logró transformar su alma, hasta hacerla corresponder al vaso que pudiera contener y derramar muchas más bendiciones a otros.

El profeta Isaías también presenta a Dios como un alfarero determinado ha trabajar el duro barro de su pueblo rebelde, cuando dice:

“Vuestra subversión ciertamente será reputada como el barro del alfarero. ¿La obra dirá a su hacedor: No me hizo; y dirá el vaso de aquel que lo ha formado: No entendió?” (Is. 29:16).

Después reconoce la afición de Dios al tratar con su pueblo, pues asegura que aunque el vaso se quiebre, volverá a reunir los tiestos (fragmentos del vaso roto) y los volverá a trabajar reintegrándolos a la arcilla (Is. 45:9-11). Más adelante asegura que Dios, como buen alfarero, tiene que pisar el barro para hacerlo homogéneo y moldeable (Is. 43:2), y posteriormente contempla el resultado, cuando el pueblo, más dócil,
se conforma a la voluntad de Dios:

"Ahora pues, Jehová, tú eres nuestro Padre y nosotros lodo, y tú el que nos formaste; así que obra de tus manos, todos nosotros." (Is. 64:8).

Así es mejor, más suaves, humildes y dispuestos a su voluntad.

Al profeta Jeremías Dios le pidió expresamente que fuera a casa del alfarero, para que viera todo el proceso que se seguía para hacer una vasija, desde que la tierra era mezclada con agua, hasta que la vasija
quedaba terminada. El profeta pudo ver incluso, cómo la vasija se quebraba durante el proceso, y cómo el alfarero volvía a empezarla, hasta lograr la vasija, tal y cómo le pareció bien hacerla (Jr. 18:1-6). Es muy
claro lo que Dios le declaró:

"Entonces fue a mí palabra de Jehová, diciendo: ¿No podré hacer de vosotros como este alfarero, oh casa de Israel, dice Jehová? He aquí que como el barro en la mano del alfarero, así sois vosotros en mi mano, oh casa de Israel."

La mejor manera de entender la obra que Dios está realizando con nosotros, es ir, como estos hombres de Dios, a la casa del alfarero y aprender de cada paso de su labor, cómo es que estamos siendo
transformados a la semejanza de Cristo.

Antes de considerar lo que el apóstol Pablo aprendió cuando fue a casa del alfarero, es importante recordar que el precio pagado a Judas por entregar al Señor Jesús, fue destinado para comprar precisamente el campo del Alfarero, tal y como lo mandó el Señor (Mt. 27: 7-10). Así que el precio de nuestra redención fue el monto invertido en la materia prima que Dios quería para fabricar vasijas. La vida de Cristo fue el precio pagado para obtener el barro que pudiera trabajar el Alfarero divino.

Dios también llevó a San Pablo a casa del alfarero, después de considerar lo que allí aprendió, escribió:

"Mas antes, oh hombre, ¿quién eres tú, para que alterques con Dios? Dirá el vaso al que lo labró: ¿Por qué me has hecho tal? ¿O no tiene potestad el alfarero para hacer de la misma masa un vaso de honra y otro para vergüenza? Y qué si Dios queriendo mostrar la ira y hacer notoria su potencia, soportó con mucha mansedumbre los vasos de ira preparados para muerte, y para hacer notorias las riquezas de su gloria, mostrólas a los vasos de misericordia que Él ha preparado para gloria; los cuales también ha llamado, es a saber a nosotros, no sólo de los judíos, mas también de los gentiles?" (Ro. 9: 20-24).

Manera muy clara de mostrar cómo su pueblo, cada hijo suyo, es un vaso de misericordia para contener y derramar a otros la misma gloria que Dios deposite en él. Más adelante el apóstol explica que somos vasos de barro, porque el barro es de poco valor, mas fuimos fabricados para contener la alteza del poder de Dios.

“Tenemos empero este tesoro en vasos de barro, para que la alteza del poder sea de Dios, y no de nosotros.” (2 Co. 4:7).

Esto nos habla de humildad, debemos estar conscientes que lo que vale en nosotros es el contenido divino (2 Co. 4: 9-11). Dios ha querido que seamos vasos de honra, útiles en su gran casa que es la Iglesia (2 Ti. 2:20-21).

¿Qué vieron estos hombres de Dios en casa del alfarero?
Cuatro cosas: En primer lugar al alfarero, quien tipifica a Dios; en segundo lugar el barro, que prefigura al creyente; en tercero vieron el tabanque o mesa giratoria del alfarero, cuyo centro representa la perfecta voluntad de Dios, y por último vieron el proceso, cada etapa por la que tiene que pasar la arcilla hasta llegar a ser un vaso. 7 etapas que ilustran las diferentes relaciones a las que el creyente es sometido, para ser transformado a la semejanza de Cristo (2Co. 3:18, Ro. 8:29).

Vayamos a casa del Alfarero, aprendamos también cuales son esas relaciones básicas que Dios está usando con cada uno de nosotros, a fin de que cooperemos con Él, ya que tanto el entendimiento como la
disponibilidad nos harán más fácil el camino hacia la vida útil de la
madurez.

1.- LAVANDO LA ARCILLA (RELACIÓN CON LA PALABRA DE DIOS).

En primer lugar, el alfarero recoge la tierra y la mezcla con agua, la amasa una y otra vez, lavándola con abundante agua hasta eliminar la mayoría de la tierra que no es arcilla y lograr una masa consistente.

Cuando Cristo nos levanta del polvo, va a trabajar con nosotros de la misma manera, el agua con la que nos lava es su Palabra (Jn. 15:3). Nuestro primer contacto con su Palabra nos regenera mediante el arrepentimiento y la fe (Tit. 3:5). Y así como el alfarero tiene que reponer agua continuamente durante todo el proceso para mantener su plasticidad, el Señor añadirá el agua de la Palabra en todo tiempo para
santificarnos y mantenernos con el corazón tierno a su voluntad (Ef. 5:26,
Jn. 17:17).

La Palabra de Dios no sólo nos revela nuestra condición de pecadores, sino también el perdón y el nuevo camino; la Palabra renueva nuestra mente y corazón hasta que lleguemos a tener la mente de Cristo (Ro.
12:1-3). Como el agua es parte de la arcilla durante todo el proceso, así lo es la Palabra de Dios en el alma del creyente que madura.

2.- SECADO BRUSCO (RELACIÓN CON EL MUNDO).

Una vez que el alfarero ha lavado la arcilla y ha adquirido cierta consistencia, debe probar su calidad; para ello forma una bola de arcilla y la coloca a la intemperie, para que el sol y el viento la sequen bruscamente. Al secarse primero la superficie, se endurece formando una costra que guarda el barro interno con humedad. Si el barro es de baja calidad, se formarán muchas grietas por las que escapará la humedad interior, lo que indicará al alfarero que tiene que volver a lavar el barro. Cuando en esta etapa la superficie de la bola de barro tiene pocas grietas, el alfarero sabe que puede pasar a la siguiente etapa.

Nuestra segunda relación básica es con el mundo, que como la intemperie, actuará sobre nuestra alma con agresividad, porque ya no somos del mundo (Jn. 15:18-21). Aun la familia se constituirá en una prueba de la calidad que ha adquirido el creyente durante su primera relación con la Palabra (Lc. 12:51-53). Dios sabe que es necesario que el creyente sea expuesto al mundo (Jn. 17:20). Algunos se van a cuartear porque las presiones, las burlas y el rechazo los van a hacer retroceder; otros van a disimular o a tratar de ocultar que son cristianos, apenados van a comprometer sus convicciones con tal de ser aceptados nuevamente por sus antiguos amigos. Esta falta de consistencia en el barro no permitiría al alfarero levantar un vaso, así que lo volverá a lavar hasta conseguir que al ser expuesto al mundo no se agriete (2Ti. 3:12). El creyente debe saber que ya no es del mundo y que debe ser probado en él para ser testimonio a los demás (2 Co. 2:15-16). Si Cristo vino a ser Luz al mundo, sus discípulos también lo deben ser al reflejar la luz de Cristo en sus vidas (Jn. 8:12, Mt. 5:13-16, 1 P. 3:14-18, 4:14-16).

3.- CUANDO EL BARRO SE PISA (RELACIÓN CON LA AUTORIDAD).

Cuando el barro endurecido es retirado de la intemperie, y el alfarero lo considera adecuado para trabajar, lo va a estrellar contra el suelo para
que se quiebre su superficie y luego va a pisarlo, de modo que la presión de los talones por el peso de su cuerpo, puedan integrar la costra del barro seco del exterior con la masa húmeda del interior. Poco a poco la masa se hará homogénea, logrando una consistencia más moldeable, que no sería posible si se utilizara solamente la presión de las manos (Is. 6:8).

Este paso es necesario en el proceso, Dios espera que el creyente sea humilde y dócil a su voluntad y para eso va permitir la humillación.

El hombre es rebelde por naturaleza, el primer pecado en el Edén fue desobediencia, que se alimentó del argumento del diablo de que llegarían a ser dioses y podrían independizarse de Dios. Desde entonces el hombre endureció su cerviz y le es difícil humillarse para obedecer (Gn. 3:4-5).

Cristo, el postrer Adán , fue expuesto a las mismas presiones y tentaciones que el primero, pero nunca cedió en la más mínima parte (1 Co. 15:45, He. 2:18, 4:15), al contrario, por lo que padeció aprendió la
obediencia (He. 5:8), es decir, obedecer le costó la vida (Fil. 2:8). San Pablo dice que la desobediencia de Adán trajo muerte a todos y nos heredó una naturaleza rebelde, mas la obediencia de Cristo nos redimió
de ello, constituyéndonos justos al creer en Él (Ro. 5:19). El hombre natural es hijo de desobediencia, mas el renacido ha entrado al proceso
de restauración de la obediencia. Dios nos redimió para hacernos
obedientes (1 P. 1:3). El diablo teme más a los cristianos obedientes que a los hábiles. Obedecer es mejor que los sacrificios (1 S. 15:22).

El apóstol Pablo utiliza una expresión que explica cómo se logra la obediencia: "Temor y Temblor". Cuando tenemos estas características nos será fácil obedecer. Temor y temblor es el corazón de la obediencia, es la sumisión interna; por eso escribió:

"Como siempre habéis obedecido, ocupaos de vuestra salvación con temor y temblor ; porque Dios produce el querer como el hacer 
por su buena voluntad" (Fil. 2:12-13).

Relaciona la obediencia con temor y temblor, explicando que Dios la produce, no que seamos obedientes por nosotros mismos. ¿Cómo lo logra? ¿Cómo consigue que deseemos y hagamos su voluntad? De la
misma manera en que el alfarero logra la plasticidad del barro, pisándolo.

La obediencia y el temor y temblor van de la mano en los siguientes pasajes: 2 Co. 2:2-5, 7:15, He. 12:23, 1 P. 2:18, Sal. 2:11; esta última cita dice:

"Servid a Jehová con temor, y alegraos con temblor".

Así que temor no significa siempre miedo, porque el miedo es una emoción del alma que aleja de Dios (Gn. 3:10), en cambio el temor es un sentido espiritual que nos acerca a Dios (Ex. 20:20, Sal. 130:4). El
temblor nos habla de una expresión de alegría santa, que brota de un corazón sumiso, que muestra acatamiento de la voluntad de Dios (Sal. 100:1,2).

Este temor reverente es lo que nos va a permitir servir a Dios con eficacia (He. 12:28-29). Cuando somos obedientes tenemos autoridad, porque Dios respalda su voluntad. Cristo fue obediente hasta la muerte, por
eso es que ahora está en su trono como Señor, por su obediencia su Nombre es sobre todo nombre y ante Él se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra (Fil. 2:5-13). Cristo sirvió a su Padre con reverencial miedo (temor de Dios) y por eso tuvo su continuo respaldo (He. 5:7-9). Dios le pisó por medio del Sanedrín y la bota del imperio romano (Hch. 2:23, 4:27-28), cuando se sometió se ensañaron con Él, sin embargo oró por ellos. Parecía abandonado y a sus expensas, como si nada pudiera hacer por zafarse, mas en el cielo había doce legiones de ángeles listas para defenderlo si tan sólo lo pedía, El dijo que nadie le quitaba la vida, sino que la ofrecía en obediencia a su Padre Celestial (Jn. 10:17-18).

Su obediencia determinó la victoria definitiva sobre Satanás y su imperio de terror (He. 2:14-15). Cuando sintamos la humillación, en vez de mirar a la gente como enemiga, debemos mirar a Dios venciendo al diablo a través de nuestra obediencia, recordando que son los pies traspasados de Cristo los que nos están pisando y que al hacerlo, parte de su Sangre se mezcla con nuestra arcilla impartiéndonos más de su divina naturaleza.

Todos los hombres sin excepción tenemos un grado de autoridad sobre otros, pero también todos tenemos a quien obedecer. La obediencia nos hará crecer en autoridad. El que obedece transfiere la responsabilidad a quien se somete y por lo tanto está más seguro. La obediencia reconoce que la autoridad protege (Mt. 8:5-13). La autoridad provee y guía, la obediencia promueve la paz (1 P. 3:6). El corazón sumiso tiene una relación correcta con la autoridad y por lo tanto se sabe seguro. Dios delega autoridad sobre el obediente (1 P. 2:13-20).

La obediencia es muy fácil de comprender pero imposible de cumplir. La humildad y la obediencia son virtudes conocidas y anheladas, mas no alcanzadas por el hombre natural (Ro. 7:10-21), porque no puede
obedecer ni aunque quiera hacerlo (Ro. 8:7-8).

El hombre renacido, en cambio, ha recibido la naturaleza obediente de Cristo en su espíritu, aunque conserva la naturaleza rebelde de Adán en su carne; es por eso que el creyente tiene un conflicto interno que antes no tenía (Gá. 5:16), Dios entonces tiene que pisarnos para vencer nuestra carne y lograr que nuestra alma aprenda a caminar en obediencia por el espíritu (Ro. 8:13), y esto lo hace fielmente, en amor y para nuestro provecho (Sal. 119:67, 71, 75).

Cierta vez un niño fue reprendido por su mamá y le mandó que se sentara en una silla castigado, mas el niño hizo caso omiso de la orden y siguió
corriendo por toda la casa y brincando sobre los muebles; cuando su papá, que llegaba sorpresivamente, se percató de lo que pasaba, lo levantó en vilo de la camisa, lo sentó en una silla y le dijo: “Si te levantas te daré con la vara”. El niño obedeció, pero cuando su papá se alejó dijo a su mamá en voz baja y haciendo una mueca de coraje: “Por fuera estoy sentado, pero por dentro sigo corriendo.”

La naturaleza Adámica es así, por eso Dios estableció la ley, para hacer evidente que no podemos obedecer por nosotros mismos, y también por la misma razón nos humilla, para poder impartirnos de su abundante gracia, y lograr la obediencia que nos haga realmente libres del pecado (Ro. 7:6-12, Tit. 2:11-12).


4.- EL ALAMBRE DEL ALFARERO (RELACIÓN CON LOS TRATOS PERSONALES DE DIOS).

Antes de formar la vasija, el alfarero debe someterla a una cuarta etapa, que consiste en detectar y eliminar, tanto las piedras, como las burbujas de aire que atrapó el barro durante el amasado; de no hacerlo, estas dos impurezas serían la causa de graves defectos en el vaso, que propiciarían
su ruptura.

El alfarero coloca la masa sobre el tabanque y tensa entre sus manos un delgado alambre, con el cual empieza a cortar la masa de arriba abajo, una y otra vez y en ambas direcciones, hasta formar una cuadrícula; su experiencia le permitirá detectar las piedrecitas dentro del barro y las irá eliminando, mientras que el aire escapará al corte del alambre. Después el alfarero juntará todos los fragmentos de arcilla, los volverá a integrar y según la calidad del barro, repetirá la operación del alambre, hasta estar
seguro que la masa está limpia de estas impurezas. Materialmente muele, pulveriza la arcilla y asegura así que la vasija que forme no se romperá en el proceso.

Hay dos principales tipos de arcilla: la verde o figulina, que es la más común, y la blanca o caolín, de la cual se obtienen las piezas llamadas de porcelana. Algunas arcillas desprenden un agradable aroma durante su proceso, principalmente cuando el alambre las pulveriza y se vuelven a mojar para integrarlas, estas arcillas se denominan búcaras.

La cuarta relación básica que todo creyente tiene es con los Tratos Personales o específicos de Dios con él, es decir, el divino alfarero va a trabajar con cada uno en forma diferente, según la calidad del barro de
su alma y el diseño del vaso que se propuso hacer con él.

Las burbujas de aire ilustran el orgullo escondido en las áreas no rendidas del corazón, son burbujas del "Yo" que espera ser reconocido por los demás. De no removerse, al ser levantadas las delgadas paredes del vaso dejarían en ellas espacios vacíos que se romperían con suma facilidad. Toda motivación personal debe ser eliminada, de lo contrario tratará de usurpar la gloria que sólo a Dios pertenece.

Las piedras y demás áreas duras, prefiguran la incredulidad y el escepticismo que impiden al creyente moverse en la gracia de Dios, de no removerse de su corazón, estas impurezas lo inducirán al esfuerzo propio y a una vida religiosa; y se resistirá a los cambios que Dios quiere hacer en su alma para formar un vaso útil a su servicio.

El creyente sabe que la Palabra de Dios es más cortante que toda espada de dos filos, Dios la usa para partir al hombre, separando su espíritu de su alma y de su carne (He. 4:12). También redarguye, corrige, instituye en justicia, nos prepara para ser perfeccionados y hechos aptos para toda buena obra (2 Ti. 3:16-17). Cuando la Palabra nos examina y detecta vanidad, la removerá mediante la aflicción y dolor que es según Dios, haciéndonos más flexibles a sus propósitos (2 Co. 7:9-11).

Somos diferentes unos de otros, por eso requerimos diferentes tratos personales, con ellos Dios logrará que su buena voluntad, agradable y perfecta, se cumpla en cada creyente (Stg. 1:2-3). Duele, pero es muy
saludable y nos asegura la participación en el servicio de la gran casa de Dios, como vasos de honra (2 Ti.2:20-21).

Algo que el alfarero disfruta mientras labra un vaso, es el aroma del barro búcaro; así Dios se agrada de aquellos creyentes que cuando están en tribulaciones, desprenden el perfume de la adoración, de la
alabanza y de la acción de gracias, que es el aroma del amor que se levanta para gloria de Dios (Ef. 5:2).

Algunas mujeres pueden pensar que Dios las discriminó, mas no es así, lo que pasa es que les ha concedido el honor de ser vasos de porcelana, vasos más frágiles, pero llenos también de gracia, misericordia y bendición (1 P. 3:7).

¡Vanidad! ¡Orgullo! ¡Qué sutilezas! Por ello San Pablo fue abofeteado para que no se enalteciera el "Yo" en sobremanera (2 Co. 12:7-10). Dios lo llevó al punto de dudar si conservaría la vida, con el propósito de que no confiara en sí mismo, sino en el que es capaz de resucitar a los muertos (2 Co. 1:9).

El orgullo pospone soluciones a problemas que él mismo llama menores, porque piensa que lo más importante es la aceptación de los demás. El orgullo hace tan frágil al vaso, que cualquier cosa lo rompería, es mejor que sea en las manos del Alfarero. El orgullo se adelanta al tiempo de Dios, porque quiere disfrutar del éxito y termina moviéndose independiente de Él. El presuroso e impaciente, recorrerá varias veces el duro camino de la aflicción, hasta darle al Señor el primado y aprender a depender de Él.

Cuando el Señor llamó bienaventurado a Pedro por la revelación que había recibido, una burbuja de orgullo lo impulsó a tratar de corregir al mismo Señor. Cristo le iba a mostrar que el orgullo es obra del diablo, porque logra que pongamos la vista en nuestro bienestar y no en los propósitos de Dios (Mt.16:17-23): Cristo le predijo que tenía que ser zarandeado como el trigo al viento, para arrepentirse y entonces poder ser moldeado a su voluntad (Lc. 22:31-32). Pedro no sería verdaderamente útil, a menos que cediera el primado de su corazón al Señor. No lo negó por miedo, sino por el enojo que sintió al ser rechazada su ayuda cuando sacó su espada y cortó la oreja de Malco, se sintió avergonzado cuando el Señor la recogió y se la pegó, sintió que había hecho el ridículo más grande de su vida ante quienes quería aparecer como líder, sintió que su prestigio había quedado por los suelos.

Después de su triple negación y del canto del gallo, la mirada de Cristo fue muy elocuente, Pedro pudo ver su terrible falla y humillado lloró amargamente, su orgullo estaba siendo cortado por el alambre del
amoroso Alfarero.

Judas en situación similar, cuando buscó su provecho a expensas del Señor y las cosas no le resultaron, en vez de humillarse para pedir perdón, aunque lloró arrepentido, prefirió castigarse él mismo y por eso se
ahorcó; su terrible orgullo le impidió ser flexible ante su Señor, prefirió la muerte a pasar por la humillación de reconocer su codicia y traición. No podía ser flexible porque era hijo de perdición por el cual Cristo no oró, era un vaso de ira. En cambio el Señor sí rogó porqué la fe de Pedro no faltara, porque era un vaso de misericordia

5.- CUANDO GIRA EL TABANQUE (RELACIÓN CON EL PLAN DE DIOS).

La mesa del alfarero es circular, esta montada sobre su base por medio de un eje, de tal manera que pueda girar; las más sencillas tienen una rueda inferior horizontal unida al mismo eje, la cual sirve para impulsar
con los pies el giro de la mesa, de modo que el alfarero se sienta frente a la mesa, coloca la masa de barro sobre ella y la hace girar con los pies, mientras sus manos presionan al barro hasta centrarlo.

Al principio el barro choca en forma irregular con las manos del alfarero, pero cuando queda centrado, sus manos deslizarán suavemente sobre él; en ese momento los dedos del alfarero se encajarán para levantar la masa y empezará a darle forma según el vaso que quiere obtener.

Cuando levanta las paredes, una de sus manos presionará desde el interior y la otra por el exterior, con locual le dará la altura y el espesor deseados. Da gusto ver la manera en que la arcilla se somete a la
destreza del alfarero.

La quinta relación básica a la que Dios somete a todo creyente consiste en centrarlo en su voluntad, y como sabemos que Dios jamás improvisa, todo lo que hace está perfectamente previsto en su Plan Divino. De la misma manera que el alfarero, Dios trabaja con nosotros. El tabanque prefigura el plan de Dios, las manos del alfarero prefiguran al ministerio quíntuple (Ef. 4:11-13), la sumisión es necesaria para que más fácilmente seamos centrados en la voluntad de Dios por ellos (1 P. 5:6), la cual nos permitirá
experimentar su reposo (Fil. 4:4-7). Finalmente podremos ver que el modelo en el corazón de Dios para labrar los vasos es Cristo (Ro. 8:29, 2 Co. 3:18), y en la medida en que somos transformados, podremos experimentar más y más la voluntad de Dios, agradable y perfecta, la cual podemos comprender como la predestinación (Ro. 8:29, 12:2).

La palabra usada por el apóstol Pablo para hablar de nuestra transformación es Metamorfosis, que se utiliza para definir el cambio que se realiza dentro del capullo para que un gusano se convierta en mariposa. También es importante considerar que Dios no nos está haciendo iguales sino semejantes a Cristo, tal y como el alfarero fabrica sus vasijas, no salen idénticas, pero todas son semejantes al modelo.

6.- LOS ACABADOS (RELACIÓN CON DIOS MISMO).

Cuando el vaso ha sido torneado, el alfarero lo despega con mucho cuidado de la mesa con una espátula y lo somete a tres fases más, para darle el acabado que desea:

Primero toma el vaso y lo guarda de cabeza en un lugar oscuro y cerrado, con el propósito contrario al del segundo paso, es decir, que se seque muy lentamente, para que no se produzcan defectos en su superficie, como pequeñas grietas o poros.

En segundo lugar, cuando el vaso está completamente seco, lo saca de aquel lugar, lo coloca al centro de la mesa y lo hace girar para quitar las rebabas y asperezas que le quedaron en la base al desprenderla de la
mesa.

Por último asienta la vasija sobre su base y lo decora con los motivos de su corazón, para que no sólo sea útil sino además luzca muy bella. A unos vasos tal vez les pinte flores, o pajaritos o grecas, paisajes y demás adornos que lo hagan lucir hermosos.

Estas tres etapas de acabado prefiguran la sexta relación básica, que es con Dios mismo: Con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo:

A). Nuestra relación con el Padre se da en la recámara secreta de la oración y el ayuno, son tiempos necesarios para que nuestra alma adquiera consistencia, y a su tiempo podrá ver que valió la pena (Mt. 6:1-6, 16-18). La superficie tersa, sin la más mínima grieta o poro, sólo se obtiene cuando el amor del Padre cubre nuestra vida natural, en los tiempos de íntima comunión con Él (1 P. 4:8, Pro. 10:12).

. Nuestra relación con el Hijo se da cuando El se constituye en nuestro fundamento, es posible que todo se vea de cabeza, pero es así que Dios le da estabilidad y madurez a nuestra alma. Las circunstancias y lo que perciben nuestros sentidos no nos deben mover de la verdad que se ha hecho carne dentro de nosotros, porque estamos fundados sobre la roca (1 Co. 3:14, Ef. 2:20, Mt. 7:24-25). La madurez es el fruto del Espíritu de Cristo que con sus nueva características ha sido labrado en nuestra alma, cuando su Palabra y sus principios ya forman la base de nuestra vida espiritual (Ef. 4:14-15).

C). El decorado del vaso prefigura nuestra relación con el Espíritu Santo, quien, mediante sus nueve maravillosos dones, imparte belleza espiritual al creyente. Son como los adornos que pendían del Efod del Sumo Sacerdote (Ex. 28:2, 31-35), las granadas prefiguran el fruto del Espíritu (Gá. 5:22-23) y las campanitas los dones del Espíritu (1 Co. 12:4, 7-11), que en Cristo se manifestaron ambos en perfecto equilibrio.

Cristo en Gethsemaní tuvo su cámara secreta, muchas veces se apartaba de todos para orar a su Padre en aquella parte del huerto de las Olivas (Jn. 18:1-2, Lc. 21:37, 22:39-40, Mt. 26:30, 36; Mr. 14:26, 32). La
noche que fue entregado, pidió a sus discípulos que lo esperaran, mientras El se iba a un tiro de piedra más lejos. Ir más allá de donde alcanza la fuerza del brazo de un hombre, prefigura la gracia que Dios da
a todo aquel que lo busca en secreto. Su oración secreta fundió su voluntad con la del Padre. La verdadera oración cambia al que ora, lo une a Dios y le imparte fortaleza divina (Lc. 22:41-45).

¡La soledad es horrible! La soledad más espantosa se llama Infierno, porque es la separación total de Dios. El Señor dijo a sus amigos que sabía que lo dejarían solo, pero que no lo estaría porque su Padre
Celestial siempre estaba con Él (Jn. 8:29, 16:32). Pero cuando estuvo en la cruz en nuestro lugar, el grito más desgarrador traspasó el universo: "¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (Mt. 27:46), en ese momento Cristo estaba experimentando la más espantosa soledad, su dulce y eterna intimidad con su Padre se había roto por causa nuestra. Nosotros nunca estaremos totalmente solos, ni en nuestras horas más oscuras, porque el Padre estará allí con nosotros. La oración nos aísla para Dios, borra a todos los demás, nos hace más conscientes de Él, nos separa para mirar su misma gloria, que después los demás mirarán en nosotros.

7.- EL HORNEADO (RELACIÓN CON LA GLORIA DE DIOS).

Cuando el vaso ha sido decorado pareciera estar listo para ser usado, mas no es así, el barro esta crudo, los líquidos pueden disolver el barro de la superficie y contaminar su contenido; así que el vaso debe someterse a un cocimiento en cuatro etapas:

A).L a primera fase debe ser a fuego lento, con una temperatura tal, que sólo queme todas las sustancias orgánicas que están mezcladas con la arcilla; esto purifica el vaso, dejando únicamente los compuestos
minerales no combustibles. Este calentamiento es conocido en la alfarería como "quemado a muerte". Un vaso en estas condiciones podrá contener líquidos fríos sin que se contaminen por la disolución de las sustancias orgánicas.

La primera fase tipifica la muerte de la carne para manifestación de la gloria del Nombre de Cristo. Juan el Bautista dijo que le convenía menguar para que Cristo creciera (Jn. 3:30). La crucifixión de nuestra carne con sus afectos y concupiscencias es necesaria para que no contamine la gloria que Dios nos ha dejado por medio de su Nombre (Gá. 2:20, 5:24, 6:13-14). El libro de Los Hechos nos muestra cuando la iglesia experimentó el fuego del horno y cuales fueron los resultados (Hch. 4:29-
31). En la carne hubieran orado: "Señor, mira sus amenazas, escóndenos"; mas ellos vieron el problema como una oportunidad para
hacer muchos milagros en su Nombre, porque su propio bienestar estaba crucificado.

. La segunda fase consiste en elevar la temperatura más, hasta hacer reaccionar las moléculas del agua contenida en la arcilla, con sus moléculas minerales; esta reacción se conoce como "liga química", ya que
las moléculas minerales hidratadas, adquieren una consistencia vítrea muy fuerte y las hacen insolubles en agua y líquidos calientes.

El segundo paso del horneado, que sirve para ligar químicamente el agua con la arcilla, prefigura la manera cómo Dios logra hacer que su Palabra se haga carne en nosotros, es decir, manifiesta la gloria de su Palabra, cuando en la prueba heredamos sus promesas, y por medio de ellas, somos hechos participantes de más de su naturaleza divina (2 P. 1:3-4). 
Es así como podemos contemplar en nuestra vida la gloria que primero miramos en el Santuario, cuando nos fue enseñada su Palabra (Sal. 63:2). Al caminar en su consejo, vamos a contemplar su gloria cuando su Palabra se cumple y heredamos sus promesas (Sal. 73:24).

C). La tercera fase consiste en elevar la temperatura hasta que esté cercana a la temperatura de fusión, de modo que los granos que forman la arcilla se reblandezcan superficialmente y se integren con los granos
vecinos formando una estructura monolítica; esta etapa se conoce como "sinterización", y le confiere a la arcilla características refractarias, es decir, le da estabilidad a alta temperatura. Las piezas de barro sinterizadas se conocen como piezas de cerámica.

La tercera fase del horneado o sinterización, prefigura la madurez que se alcanza cuando llevamos en nuestro cuerpo la muerte de Cristo, para que su vida se manifieste en nuestros cuerpos mortales (2 Co. 4:10-12). Es la manifestación de la gloria de su vida; es Cristo pensando, hablando y actuando a través del creyente. Esa es la mejor definición de ministerio: no es el despliegue de habilidades humanas puestas al servicio de Dios, sino la vida de Cristo manifestándose a través de un hombre que se ha rendido hasta ser uno con El (2 Co. 3:4-6). El ministerio es un servicio en el espíritu y no en la fuerza natural, no consiste en impartir información o letra, sino vida (Ro. 1:9, 8:4). El ministerio es un vaso de barro lleno de gracia (1 Co. 15;10). Nuestra alma debe fundirse con la de Él para que use nuestros labios, nuestros pies, nuestras manos, todo nuestro ser; qué en verdad seamos una cosa con Él como es su deseo (Jn. 17:21).

D). La cuarta fase es tan necesaria como las anteriores, el templado, de él depende la óptima calidad de la vasija. Consiste en sacar la pieza del horno cuando éste está muy caliente, para que se enfríe bruscamente
con una corriente de aire. Después, cuando la pieza está fría y se golpea con la uña del dedo, se escuchará un sonido metálico, como el del cristal. ¡Ahora sí el vaso está perfecto!, listo para todo uso bueno en la gran casa de Dios.

El enfriamiento brusco fuera del horno, o templado, es el secreto de la calidad del vaso preparado para honra, prefigura el desarrollo de la templanza, que junto con la paciencia, nos lleva a experimentar el
reposo de fe, que nos llevará a su vez a soportar la plenitud de la gloria que Dios quiere depositar en cada vaso (Stg. 1:3-4). Nada nos debe mover de la voluntad de Dios: ni las tribulaciones, persecuciones y
demás dificultades que el diablo pone en nuestro camino (cosas calientes), ni tampoco la fama, el éxito, el fruto abundante y demás bendiciones que hacen manifiesto el respaldo de Dios (cosas frías). Lo más
importante no es lo que hacemos sino Él. No es servir a los hombres esperando su reconocimiento, sino a Dios anhelando su presencia; es caminar con Cristo cada día hasta irnos con Él (Gá. 1:10, 1 Ts. 2:4-6).

Enoc caminó con Dios y un día, el siguiente paso que dio fue en el cielo, pero antes hubo el testimonio claro de que había agradado a Dios (He. 11:5-6, Gn. 5:24, Ef. 1:9-12, 1 Ts. 4:17).

Cuando Cristo venga por su gloriosa Iglesia: Santa y sin mancha, perfecta y hermosa; formada por todos aquellos cristianos maduros, perfectos, cabales, que llenos de Él le sirven; que anhelan su venida, le esperan caminando con paciencia, y perseveran en su voluntad día a día.

DE GRAN IMPORTANCIA

La sexta relación básica abarca tres aspectos y la séptima cuatro, lo que da un total de doce relaciones, formando una estructura básica de siete y desglosada, de doce principios o relaciones, que Dios usa en toda la Biblia. Como ejemplos se pueden mencionar los siete días de la creación, los siete muebles del Tabernáculo, los doce jueces que juzgaron a Israel, las siete cosas que Dios restauró en el tiempo del rey Josías y después en el tiempo de Esdras y Nehemías. También lo podemos encontrar en el Evangelio de Juan, al estudiar las 7 ocasiones en que Cristo dijo "YO SOY..."; en las epístolas que escribió San Pablo a 7 iglesias; en las 7 iglesias de Asia mencionadas en el Apocalipsis, etc., etc.

Es maravilloso notar que la correspondencia que tienen es precisa, por lo que podemos asegurar que la Biblia fue inspirada divinamente, que no es un compendio de verdades sueltas, sino que son verdades estructuradas y relacionadas en forma tal, que contienen leche y alimento sólido para nuestro hombre interior (He. 5:11 a 6:3). La leche o rudimentos de la doctrina son 7, y se relacionan con la vianda firme, que son 7 verdades clave, o llaves que pueden abrir los 7 sellos que mantienen cerrados los misterios de la Biblia a la mente natural (Ap. 5:1-9, 1 Co. 2:6-10). Es por eso que el apóstol Pablo declara que en la Palabra de Dios tenemos la mente de Cristo (1 Co. 2:15-16).

No te conformes con ser especialista en alguna verdad de la Escritura, no te sientas satisfecho con una rebanada del pastel de Dios, cuando él quiere que lo disfrutemos todo.

El apóstol Pablo recomendó a Timoteo que retuviera la forma o estructura de las sanas palabras que le enseñó (2 Ti. 1:13), porque así podría ser un obrero fiel que pudiera trazar bien las verdades doctrinales (2 Ti. 2:15).

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